lunes, 30 de mayo de 2011

La ignorancia del tiempo

Desengañada del veneno

como un dios sin catedrales

acude a las llagas,

hace de la vida

una ventana

hacia el lugar donde

se rompen las estrellas

y deja que la noche

se pierda

ondulando

en su pelo

o simplemente muriendo de sed.

Ella ignora su tiempo

como se ignora la

cópula del óvulo infecto de

rutina

y hace de su caminar

líquido de mi

inocencia.

Siembra la abulia

en las pupilas suavizadas

que la miran

e ignoran

el tamaño del

acorde

que segmenta su vuelo

y su sexo

amarillo.

Y yo me yergo,

titiritero

de la madeja de excusas,

del imberbe soldado

de arena que frecuenta el zulo

de la poesía como si noviembre

no conociera mi cicatriz y mis

ademanes

y sabe además que en mi ascenso

de ojos cerrados

quedaré trepanado

por el bramar del cementerio

del escote

o la furia del cierzo;

pero la caída me agota

y vuelvo al barro vuelto en

los filamentos de la inercia

y me dejo besar por las

soledades, por la herencia

de la muerte

tejiendo lo que serán

esquejes

de desvelo y patios interiores

que soportarán

mi desprendimiento

hasta que la madrugada mude su

inocencia translúcida.

Y salto desde la ventana

y me enredo en

los tendederos

y con las bragas en la cara

caigo al suelo

y las cucarachas

huyen

y todo

huye del quejido etílico de

mi desmayo

y al despertar

actúo en

el espectáculo televisivo de

la muerte.

Y continúo la guerra

desprovisto de luz,

una vida que mata

eternamente la esperanza

y que guarda

ceniza

por si a caso.

Continúo la guerra

contra mi mismo,

en la batalla dictada

de admitir un adiós

como un réquiem entonado

por el eco del chirriar

de los somieres.

Continúo la guerra

con miedo al presente

por miedo al olvido,

ese olvido

mercenario que

segrega

el dulzor de la tormenta

para darme vida,

el dulzor del claudicar

de la impostura

en una sábana

demonizada,

democratizada,

recalificada

o simplemente

con precio.

Una vez terminada la batalla

observo la pira

de despojos

resultante

de la matanza,

los poemas esparcidos,

la memoria

de una sociedad

que se flagela mientras

entonan el himno

orgulloso de los vencidos,

las casas quemadas

y los damnificados

que acuden

a los funerales

de sus congéneres

armados de papel.

Una vez bendecida la

victoria de los

otros comienza el festín

del anochecer,

el sexo desprovisto de

carne,

el contrabando de

canciones y billetes

y los veo alejarse

desde la barra del bar

donde propugno la hidrofobia:

El miedo a nuestro 70%

de agua,

el tuyo y el mio,

al charquito que formaba

el chaparrón sobre la

mesita de noche,

justo al lado

de las aspirinas

y aquel libro

de Luis García Montero.

Y de ese miedo hice

excusa,

consabida

excusa del temblor

de las aceras,

de los andares torcidos

por los renglones

de la madrugada

perdido como un poeta feliz,

como un tango bramado

por la Quimera.

Y llego exhausto al banquete

de los filósofos

y pierdo

la partida de dominó

prosaico

del pensamiento

racional

y una vez

sin alma ni lógica

lo que queda es entregarse

al cieno

y a la espuma

en perfecta armonía,

baile sintáctico de Lázaro

con Magdalena.

Y a la mañana

siguiente,

fecundada la ignorancia

en mis pupilas,

sirvo el café

de la ignominia

en completa

falta de amor propio

y toso y desnudo

mi fantasma y mi yo

poético

y dejo que el

sol del verano

los seque hasta

que sean piel sola,

sin rastro del recuerdo

ni el calor

del teléfono

del regreso.

Y ella ya estará

lejos de mi miedo

y mi asfixia,

al otro lado de la cortina

del desvelo,

engalanada

con trenzas de poliuretano

y pezones de cobre,

tan desnuda como fría

y distante

es la verdad absoluta.

Su verdad de sexo

inocente y aceite

caliente, completamente

desconocedora

de su aura

y su flujo

azul.

Ella ignora su tiempo

e ignora mi muerte,

ignora que en mi sonrisa

oculto

la gravitación del pánico,

su melancólico sonreír

y su huir de mi vida

mientras se calza de nuevo

sus pies de niebla.

Ella ignoraba que fuese

sueño y yo ignoro que

soy siquiera materia

en la excusa de la muerte.

Y me duele la soledad,

mi propia apatía

profiere el centelleo

opaco del frenesí del verso suicida,

el que pende del balcón hacia

la calle donde las mujeres

se sientan al dolor del fresco

de la tarde sevillana.

Ya callan los trece

apóstoles desde el alféizar,

los candados

suturaron sus bocas con hilo

de fe y sus gemidos

me intoxican

y me preñan de tu recuerdo

mientras las serpientes

del pasado se contonean

contra el cabecero de la cama

como un fandango desafinado.

Así da comienzo la procesión

de los despojos,

el triste roncar de los pulmones

que respiran monóxido y cal viva,

del santo que anhela tu recuerdo,

tu aroma broncodilatador...

Y a causa del ruido

que siembran

ya han despertado los ratones

y han acudido al paseo

de la desidia sobre mi colchón,

arrastran carruajes de palabra infecta

en sacos roídos

que forma un reguero sobre

el lugar otrora destinado a tu cuerpo,

hondeando en el malditismo,

haciendo del recuerdo

una bonita cinta manuscrita

que arde.

Y todo arde

poseído todo por la injuria

de la memoria,

por el endémico vaivén de las

uñas que desgarran

el descanso

y en las cenizas

se camufla el espectro viudo

de la vida misma,

el mismo fantasma que grita

desorientado

buscando el eco de la paz

para no ser sino

sexo.

Pero ya no hay sexo,

ni excusa, ni muerte siquiera,

todo lo que queda es podredumbre

haciendo del camino el suelo

irracional de mi infancia,

todo me remite a mi infancia

y te recuerdo de niña y niño

yo también

y comprendo que aquel octubre

de la secundaria no tenia fe ni espejos,

Lo mismo que entiendo que todas mis esperanzas

siempre fueron crepitar del fango embravecido,

jofaina con lamparones de vida.

Hay en tu marcha

cerveza derramada

formando un reguero

de asfixia y ansiedad,

todo claudica de mi mente,

todo huye haciendo de mi

existencia una lágrima empañada,

un quejido

que nadie oye

y tu pasas a mi lado

y ya nadie me conoce,

no existo

o existo solo en mi muerte,

en mi muerte que me hace deshacerme

en completa huida de mi mismo,

maldita muerte absurda y a la vez

cruz de la vida,

huyo pero cada paso

me acerca a ti

en dirección contraria

y me doy cuenta de que solo espero la muerte,

de que en todos los poemas aparece

manchada de cualquier sustancia,

maldita muerte de pelo de arcilla

con su vestido de navajas,

maldito estribillo de sangre:

ella ignora su tiempo.

el mismo recuerdo,

su misma sonrisa calada,

su mismo vuelo de melena

inhóspito:

–chitón.

Y de nuevo tú ante mis ojos

como si no existiera el cauce de la vergüenza,

asco de muerte que secuencia

sus esquirlas,

que lame el filo de la guillotina

como si supiese de mi otoño

y mi raíz podrida de tan verde.

Y continúa la misa y tú desnuda

y me besas y me despierto empapado

en líquido

sin nombre.

Ya han transcurrido

todas las pesadillas,

ha amanecido de nuevo

con la luz grisácea que adolece

de las persianas,

su rutina es la misma,

perseguir el rictus del

color hasta que me decida a morir

o a resucitar definitivamente

en su perfección más absurda.

Pero esta mañana es una tarde

apresurada, se lo noto en el semblante,

en tu falda también lo imagino,

en tu sonrisa,

en tu charla con tu hermana.

Ha caducado la esperanza

sin mañana ni esperma,

yerma estepa de plástico

y basura;

pero entre los esquejes de vida

muerdo carne que sabe a hielo

y germina en mi la rabia del perdedor

y doy comienzo a la autopsia del fuego

y cocinado y duro alzo la cabeza

un instante, el instante pretérito

que yergue el humo y la llama

y en su sexo nazco tambaleándome

mientras la leña calcinada

me acuna

y a mi tumba de nacimiento

acuden los gusanos

a ofrendarme sus tripas grises.

Nada queda ya del cuerpo desquiciado

de chiquilla que habitamos tu y yo,

ahora se arrastran por el lodo

tus lóbulos sin zarcillos

recordándome tu textura,

ese olor a mujer recién levantada

con la cara legañosa y despistada.

Ya condensada la rabia

en el pincel del miedo,

solo ansiedad sobre el lienzo

de la planta del pie.

Ay, chiquilla de ojos claros...

Maldita tempestad

que gime en los soportales,

maldita espuerta de agujas

donde descansa mi hígado,

agujas hilvanadas con sangre

que borbotean

olvidando el tintinear

de los féretros del día...

Y así quedo vendido al silencio

por un puñado de monedas,

los mercaderes caminan en torno

a mi cama conscientes del negocio

de la carne,

sabedores del beneficio

de mi disección y mi ofrenda.

Tienen ya lista la factura y el discurso

de despedida

y se preparan para la cena de gala.

Pero soy de barro entonces

y huyen alertados por el

crujido de mi desidia

como si fuese el susurro atronador

del parto de un apóstol.

Ya a solas de nuevo quemo

el folio

que amenaza mi decencia,

las flores han desistido de su olor

con tu marcha,

ya andan preparando las avispas

su coreografía de inyecciones

y zumbidos.

Y nada florece en tu adiós

y todo a la vez cobra vida para ti,

que ignoras la tristeza

en tu despedida,

que sabes que sin mi

no quedan sino

avenidas y verbenas

de pueblo.

Ya no se de tu tiempo

ni de tu sonrisa,

te perdiste en el estrépito

de las mañanas y la apnea.

Has huido y en tu huida

dejaste de pintar sobre la aurora

mi desmayo,

mi espera estremecida

de tan azul y de tan basta,

en perfecto funeral

de la muerte

me encuentro, corre muchacha corre,

sé que desde este instante

tu vida comienza a tener sentido

y textura,

sé que ahora por laxo que amanezca

el sol siempre tendrá sus segundos que dedicarte.

Ahora barro tus últimos pelos,

largos, rubios, eternos,

perfectamente olivados sobre

el suelo sucio,

perfectamente preparada mi despeinada tristeza.

Con el suelo barrido y la casa por pintar

comienzo el edificio de la nostalgia,

lo que pasaremos a llamar

ejercicio de la memoria,

triste cojear

por los bares del centro

y las chiquillas del arrabal.

Sigo preguntándome a que sabrás

cuando ignoras tu tiempo,

esa mirada tuya que no sabe de

anarquía ni reyes,

que solo entiende de sexo

y de paciencia,

de beso y lasca,

sigo preguntándome

por dónde has ido a parar

a los periódicos del domingo,

sigo sin saber qué fue lo que

condujo tu pintalabios a mi cama,

ahora que ya te has ido

entiendo

que el orden lógico

de las cosas

retoma de nuevo su rumbo.

No dejes que te urbanicen el corazón ni los muslos,

tú sigues siendo el fuego

que calienta el trueno,

tu sigues dosificando

tu angustia en cada cubata

y en cada polvo,

sigues siendo la ninfa

del desdén pero sigues

teniendo

munición para olvidarte de mi,

siempre tenías...

Sigue ignorando el tiempo de muerte

porque el mío es conciencia

y solo sepulta mis alas,

solo me deja engañarme,

morder los anzuelos del

otoño,

sigue volando en dirección

a las repisas del mañana,

que te esperan las uñas

pintadas,

los ojos vencidos,

el pelo revuelto y las bragas por la ventana.

Tienes el horizonte en una sola carta

sin tarot ni estigma,

hiciste bien en abandonar

los desperfectos,

en dejar el lastre de mi cobardía

en el buzón del parlamento

de la muerte,

tú que sabes que los rincones

no volverán a conocernos

sin tela de por medio.

Ya las manecillas pronostican el lunes siguiente,

la misma excusa de nuevo,

me asomo al patio y

veo a las vecinas tender,

les doy charla y bosquejo la muerte,

alfombro la orfandad,

pero vivo en una casa baja

y los sótanos desconocen

mi alquimia y mi verso

en cascada.

Huyes lejos y a cada paso me condensa más el odio

la rutina

y el exoesqueleto

de los insectos de la cocina

se deshace en tu nota de despedida

gimiendo una copla: «Se fue mi reina,

se llevó la primavera...».

Maldito vaivén de las fronteras y el destino

viudo de la ortiga.

¿Qué quedará de ti en el catastro?

Tengo ya en saldo la excusa y el consuelo,

gotas de sudor y espina,

rozaduras de nuestros cuerpos sin tiritas.

Vete ya de mi cabeza, ya que abandonaste todo,

tu sonrisa al marcharte me reconforta

y me deja sin excusa para seguir vivo,

tu puedes ser feliz sin mi,

yo no pude ser feliz a pesar de tu

abrazo,

es la ley de mi muerte,

ignórame,

ignora nuestro tiempo de azulejo partido

y noria fúnebre,

ignora que seguía tu latido,

se feliz

mientras me

dejo besar

por los ángeles de

tu memoria

y en su beso,

deshecho inútil,

tomo conciencia de mi tiempo y

del tuyo

como el vals desafinado

de los despojos

de la voz

de un poeta

maldito.


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jueves, 5 de mayo de 2011

El tren de la bruja

Gira el tren de la bruja frenéticamente, sus engranajes, de tan oxidados, han perdido los dientes y ahora giran desconsolados formando una orgía de pelo, los rubios, suaves, perfumados con loción antipiojos de los niños del pueblo y los de la escoba, duros filamentos mal anudados con un fino cordel, gira frenéticamente para mayor regocijo de los padres, gira atroz, con la misma velocidad con la que a veces, por gastadas avanzan las cosas, como el pasado mismo. Como ese pasado que me da miedo y que huele, como mi abuelo, a insulina.

Avanza mientras me paro a verlo alejarse, ese maldito tren de cadáveres sepultados por fichas amarillas, gira atravesando espejos, espejos ensuciados, en los que nos reflejamos tú y yo. Sí, Tú también estás. Tú, maldito lector o maldito espectro de mi pasado eres yo en realidad, solo que tú estás muerto, tu sangras ante mis ojos y te vas, maldito yo asqueado y podrido. O quizás seas tú, el yo poético que me grita, el que está muerto y no me deja vivir, entonces yo soy el cadáver y tú lector eres un espectador de mi funeral con velas aromáticas, para eliminar el hedor a soledad de mi habitación, el olor de las sábanas que no huelen a sexo.

Gira el tren maldito como si mi infancia no pudiera quedarse quieta en el último vagón, la muy zorra con cada escobazo va dejándose manosear, llora en mi barba, como si en ella ocultase mi niñez y mi propio espectro lo hubiera descubierto. No hay nada peor que haberte calado a ti mismo. Entonces me encariño con ella y me vuelvo a la soledad a esperar que me de un poco de consuelo, pero es una niña y se vuelve a las plazuelas a jugar. Normal. Y a mi me pilla la tarde enredándome en mis vicios para demostrarme que aún puedo caer más bajo. Pero eso es imposible, la soledad es el mugroso subsuelo de los necios como yo, más abajo solo esta la sumisión y yo soy demasiado ególatra como para admitir una disculpa de mi mismo.


Y se va la feria del pueblo y en los descampados quedan los cartones de bingo y las bolsas vacías, sin premio y sin contenido. Y mi espejo a la deriva de caras sin reflejo, almas sin pasado ni infancia. Transeúntes. Feriantes. Cristal. Escoba. Barro una y otra vez la misma mierda de mi cuarto y nunca hay pelos largos, tuyos, de cualquier puta, de alguna. Solo barro, húmedo barro. Barro que brotaba de mi poesía primigenia. El origen de todo lo que soy, el barro que forjó mi personaje, mi pantomima y que conquistó mi alma hasta hacerse yo. Vuelve como el malo de la película, mi propia esencia se hace insistencia mortal. Me conquisto y me dejo matar una y otra vez y a cada resurrección soy mucho más feliz y cada vez huelo más la muerte. La muerte que huele a insulina y que se esconde en el puto tren que gira, en el borde del espejo, en el barro agazapada, con cara de niña guarra, con uñas de celo, la misma que ansío por puro masoquismo o por asco. La misma que ansío por miedo.

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