Desengañada del veneno
como un dios sin catedrales
acude a las llagas,
hace de la vida
una ventana
hacia el lugar donde
se rompen las estrellas
y deja que la noche
se pierda
ondulando
en su pelo
o simplemente muriendo de sed.
Ella ignora su tiempo
como se ignora la
cópula del óvulo infecto de
rutina
y hace de su caminar
líquido de mi
inocencia.
Siembra la abulia
en las pupilas suavizadas
que la miran
e ignoran
el tamaño del
acorde
que segmenta su vuelo
y su sexo
amarillo.
Y yo me yergo,
titiritero
de la madeja de excusas,
del imberbe soldado
de arena que frecuenta el zulo
de la poesía como si noviembre
no conociera mi cicatriz y mis
ademanes
y sabe además que en mi ascenso
de ojos cerrados
quedaré trepanado
por el bramar del cementerio
del escote
o la furia del cierzo;
pero la caída me agota
y vuelvo al barro vuelto en
los filamentos de la inercia
y me dejo besar por las
soledades, por la herencia
de la muerte
tejiendo lo que serán
esquejes
de desvelo y patios interiores
que soportarán
mi desprendimiento
hasta que la madrugada mude su
inocencia translúcida.
Y salto desde la ventana
y me enredo en
los tendederos
y con las bragas en la cara
caigo al suelo
y las cucarachas
huyen
y todo
huye del quejido etílico de
mi desmayo
y al despertar
actúo en
el espectáculo televisivo de
la muerte.
Y continúo la guerra
desprovisto de luz,
una vida que mata
eternamente la esperanza
y que guarda
ceniza
por si a caso.
Continúo la guerra
contra mi mismo,
en la batalla dictada
de admitir un adiós
como un réquiem entonado
por el eco del chirriar
de los somieres.
Continúo la guerra
con miedo al presente
por miedo al olvido,
ese olvido
mercenario que
segrega
el dulzor de la tormenta
para darme vida,
el dulzor del claudicar
de la impostura
en una sábana
demonizada,
democratizada,
recalificada
o simplemente
con precio.
Una vez terminada la batalla
observo la pira
de despojos
resultante
de la matanza,
los poemas esparcidos,
la memoria
de una sociedad
que se flagela mientras
entonan el himno
orgulloso de los vencidos,
las casas quemadas
y los damnificados
que acuden
a los funerales
de sus congéneres
armados de papel.
Una vez bendecida la
victoria de los
otros comienza el festín
del anochecer,
el sexo desprovisto de
carne,
el contrabando de
canciones y billetes
y los veo alejarse
desde la barra del bar
donde propugno la hidrofobia:
El miedo a nuestro 70%
de agua,
el tuyo y el mio,
al charquito que formaba
el chaparrón sobre la
mesita de noche,
justo al lado
de las aspirinas
y aquel libro
de Luis García Montero.
Y de ese miedo hice
excusa,
consabida
excusa del temblor
de las aceras,
de los andares torcidos
por los renglones
de la madrugada
perdido como un poeta feliz,
como un tango bramado
por la Quimera.
Y llego exhausto al banquete
de los filósofos
y pierdo
la partida de dominó
prosaico
del pensamiento
racional
y una vez
sin alma ni lógica
lo que queda es entregarse
al cieno
y a la espuma
en perfecta armonía,
baile sintáctico de Lázaro
con Magdalena.
Y a la mañana
siguiente,
fecundada la ignorancia
en mis pupilas,
sirvo el café
de la ignominia
en completa
falta de amor propio
y toso y desnudo
mi fantasma y mi yo
poético
y dejo que el
sol del verano
los seque hasta
que sean piel sola,
sin rastro del recuerdo
ni el calor
del teléfono
del regreso.
Y ella ya estará
lejos de mi miedo
y mi asfixia,
al otro lado de la cortina
del desvelo,
engalanada
con trenzas de poliuretano
y pezones de cobre,
tan desnuda como fría
y distante
es la verdad absoluta.
Su verdad de sexo
inocente y aceite
caliente, completamente
desconocedora
de su aura
y su flujo
azul.
Ella ignora su tiempo
e ignora mi muerte,
ignora que en mi sonrisa
oculto
la gravitación del pánico,
su melancólico sonreír
y su huir de mi vida
mientras se calza de nuevo
sus pies de niebla.
Ella ignoraba que fuese
sueño y yo ignoro que
soy siquiera materia
en la excusa de la muerte.
Y me duele la soledad,
mi propia apatía
profiere el centelleo
opaco del frenesí del verso suicida,
el que pende del balcón hacia
la calle donde las mujeres
se sientan al dolor del fresco
de la tarde sevillana.
Ya callan los trece
apóstoles desde el alféizar,
los candados
suturaron sus bocas con hilo
de fe y sus gemidos
me intoxican
y me preñan de tu recuerdo
mientras las serpientes
del pasado se contonean
contra el cabecero de la cama
como un fandango desafinado.
Así da comienzo la procesión
de los despojos,
el triste roncar de los pulmones
que respiran monóxido y cal viva,
del santo que anhela tu recuerdo,
tu aroma broncodilatador...
Y a causa del ruido
que siembran
ya han despertado los ratones
y han acudido al paseo
de la desidia sobre mi colchón,
arrastran carruajes de palabra infecta
en sacos roídos
que forma un reguero sobre
el lugar otrora destinado a tu cuerpo,
hondeando en el malditismo,
haciendo del recuerdo
una bonita cinta manuscrita
que arde.
Y todo arde
poseído todo por la injuria
de la memoria,
por el endémico vaivén de las
uñas que desgarran
el descanso
y en las cenizas
se camufla el espectro viudo
de la vida misma,
el mismo fantasma que grita
desorientado
buscando el eco de la paz
para no ser sino
sexo.
Pero ya no hay sexo,
ni excusa, ni muerte siquiera,
todo lo que queda es podredumbre
haciendo del camino el suelo
irracional de mi infancia,
todo me remite a mi infancia
y te recuerdo de niña y niño
yo también
y comprendo que aquel octubre
de la secundaria no tenia fe ni espejos,
Lo mismo que entiendo que todas mis esperanzas
siempre fueron crepitar del fango embravecido,
jofaina con lamparones de vida.
Hay en tu marcha
cerveza derramada
formando un reguero
de asfixia y ansiedad,
todo claudica de mi mente,
todo huye haciendo de mi
existencia una lágrima empañada,
un quejido
que nadie oye
y tu pasas a mi lado
y ya nadie me conoce,
no existo
o existo solo en mi muerte,
en mi muerte que me hace deshacerme
en completa huida de mi mismo,
maldita muerte absurda y a la vez
cruz de la vida,
huyo pero cada paso
me acerca a ti
en dirección contraria
y me doy cuenta de que solo espero la muerte,
de que en todos los poemas aparece
manchada de cualquier sustancia,
maldita muerte de pelo de arcilla
con su vestido de navajas,
maldito estribillo de sangre:
ella ignora su tiempo.
el mismo recuerdo,
su misma sonrisa calada,
su mismo vuelo de melena
inhóspito:
–chitón.
Y de nuevo tú ante mis ojos
como si no existiera el cauce de la vergüenza,
asco de muerte que secuencia
sus esquirlas,
que lame el filo de la guillotina
como si supiese de mi otoño
y mi raíz podrida de tan verde.
Y continúa la misa y tú desnuda
y me besas y me despierto empapado
en líquido
sin nombre.
Ya han transcurrido
todas las pesadillas,
ha amanecido de nuevo
con la luz grisácea que adolece
de las persianas,
su rutina es la misma,
perseguir el rictus del
color hasta que me decida a morir
o a resucitar definitivamente
en su perfección más absurda.
Pero esta mañana es una tarde
apresurada, se lo noto en el semblante,
en tu falda también lo imagino,
en tu sonrisa,
en tu charla con tu hermana.
Ha caducado la esperanza
sin mañana ni esperma,
yerma estepa de plástico
y basura;
pero entre los esquejes de vida
muerdo carne que sabe a hielo
y germina en mi la rabia del perdedor
y doy comienzo a la autopsia del fuego
y cocinado y duro alzo la cabeza
un instante, el instante pretérito
que yergue el humo y la llama
y en su sexo nazco tambaleándome
mientras la leña calcinada
me acuna
y a mi tumba de nacimiento
acuden los gusanos
a ofrendarme sus tripas grises.
Nada queda ya del cuerpo desquiciado
de chiquilla que habitamos tu y yo,
ahora se arrastran por el lodo
tus lóbulos sin zarcillos
recordándome tu textura,
ese olor a mujer recién levantada
con la cara legañosa y despistada.
Ya condensada la rabia
en el pincel del miedo,
solo ansiedad sobre el lienzo
de la planta del pie.
Ay, chiquilla de ojos claros...
Maldita tempestad
que gime en los soportales,
maldita espuerta de agujas
donde descansa mi hígado,
agujas hilvanadas con sangre
que borbotean
olvidando el tintinear
de los féretros del día...
Y así quedo vendido al silencio
por un puñado de monedas,
los mercaderes caminan en torno
a mi cama conscientes del negocio
de la carne,
sabedores del beneficio
de mi disección y mi ofrenda.
Tienen ya lista la factura y el discurso
de despedida
y se preparan para la cena de gala.
Pero soy de barro entonces
y huyen alertados por el
crujido de mi desidia
como si fuese el susurro atronador
del parto de un apóstol.
Ya a solas de nuevo quemo
el folio
que amenaza mi decencia,
las flores han desistido de su olor
con tu marcha,
ya andan preparando las avispas
su coreografía de inyecciones
y zumbidos.
Y nada florece en tu adiós
y todo a la vez cobra vida para ti,
que ignoras la tristeza
en tu despedida,
que sabes que sin mi
no quedan sino
avenidas y verbenas
de pueblo.
Ya no se de tu tiempo
ni de tu sonrisa,
te perdiste en el estrépito
de las mañanas y la apnea.
Has huido y en tu huida
dejaste de pintar sobre la aurora
mi desmayo,
mi espera estremecida
de tan azul y de tan basta,
en perfecto funeral
de la muerte
me encuentro, corre muchacha corre,
sé que desde este instante
tu vida comienza a tener sentido
y textura,
sé que ahora por laxo que amanezca
el sol siempre tendrá sus segundos que dedicarte.
Ahora barro tus últimos pelos,
largos, rubios, eternos,
perfectamente olivados sobre
el suelo sucio,
perfectamente preparada mi despeinada tristeza.
Con el suelo barrido y la casa por pintar
comienzo el edificio de la nostalgia,
lo que pasaremos a llamar
ejercicio de la memoria,
triste cojear
por los bares del centro
y las chiquillas del arrabal.
Sigo preguntándome a que sabrás
cuando ignoras tu tiempo,
esa mirada tuya que no sabe de
anarquía ni reyes,
que solo entiende de sexo
y de paciencia,
de beso y lasca,
sigo preguntándome
por dónde has ido a parar
a los periódicos del domingo,
sigo sin saber qué fue lo que
condujo tu pintalabios a mi cama,
ahora que ya te has ido
entiendo
que el orden lógico
de las cosas
retoma de nuevo su rumbo.
No dejes que te urbanicen el corazón ni los muslos,
tú sigues siendo el fuego
que calienta el trueno,
tu sigues dosificando
tu angustia en cada cubata
y en cada polvo,
sigues siendo la ninfa
del desdén pero sigues
teniendo
munición para olvidarte de mi,
siempre tenías...
Sigue ignorando el tiempo de muerte
porque el mío es conciencia
y solo sepulta mis alas,
solo me deja engañarme,
morder los anzuelos del
otoño,
sigue volando en dirección
a las repisas del mañana,
que te esperan las uñas
pintadas,
los ojos vencidos,
el pelo revuelto y las bragas por la ventana.
Tienes el horizonte en una sola carta
sin tarot ni estigma,
hiciste bien en abandonar
los desperfectos,
en dejar el lastre de mi cobardía
en el buzón del parlamento
de la muerte,
tú que sabes que los rincones
no volverán a conocernos
sin tela de por medio.
Ya las manecillas pronostican el lunes siguiente,
la misma excusa de nuevo,
me asomo al patio y
veo a las vecinas tender,
les doy charla y bosquejo la muerte,
alfombro la orfandad,
pero vivo en una casa baja
y los sótanos desconocen
mi alquimia y mi verso
en cascada.
Huyes lejos y a cada paso me condensa más el odio
la rutina
y el exoesqueleto
de los insectos de la cocina
se deshace en tu nota de despedida
gimiendo una copla: «Se fue mi reina,
se llevó la primavera...».
Maldito vaivén de las fronteras y el destino
viudo de la ortiga.
¿Qué quedará de ti en el catastro?
Tengo ya en saldo la excusa y el consuelo,
gotas de sudor y espina,
rozaduras de nuestros cuerpos sin tiritas.
Vete ya de mi cabeza, ya que abandonaste todo,
tu sonrisa al marcharte me reconforta
y me deja sin excusa para seguir vivo,
tu puedes ser feliz sin mi,
yo no pude ser feliz a pesar de tu
abrazo,
es la ley de mi muerte,
ignórame,
ignora nuestro tiempo de azulejo partido
y noria fúnebre,
ignora que seguía tu latido,
se feliz
mientras me
dejo besar
por los ángeles de
tu memoria
y en su beso,
deshecho inútil,
tomo conciencia de mi tiempo y
del tuyo
como el vals desafinado
de los despojos
de la voz
de un poeta
maldito.
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