Esta pupila
llora ceniza de noche cerrada.
Vamos, obsérvala sin miedo,
seguro que no es la primera vez que ves la muerte
viva.
Desnuda.
Axiomática.
Esa muerte que huele a desinfectante
y que sangra espuelas negras
al contacto con la sangre
roja de la vergüenza.
Esa muerte alérgica a si misma
que emana espanto infectado de inocencia.
Esa muerte que muere matando.
Una vida desnuda y fría,
con el vientre negro que se deja follar
y que cuando
excreta su orgasmo atronador
sisea una nana eterna. Tétrica. Estúpida.
Esa muerte sin telón ni espejo,
esa muerte espiritual
que cabe en una sola palabra
aún por inventar y por lo tanto
intangible
como la muerte misma, supurante,
febril, VIVA.
Viva ceniza de un recuerdo que mata
porque se niega a morir,
porque se niega a ser archivado
en la palabra muerte
o en una palabra aun por inventar.
Ceniza de una palabra de llama azul
de mechero,
o de esperma
que mata mientras huye.
Esa muerte de ceniza de Quevedo,
esa muerte,
azul,
de mi memoria.
Todavía ardiendo
de tan muerta.
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