sábado, 9 de julio de 2011

cenizas.

Esta pupila

llora ceniza de noche cerrada.

Vamos, obsérvala sin miedo,

seguro que no es la primera vez que ves la muerte

viva.

Desnuda.

Axiomática.

Esa muerte que huele a desinfectante

y que sangra espuelas negras

al contacto con la sangre

roja de la vergüenza.

Esa muerte alérgica a si misma

que emana espanto infectado de inocencia.

Esa muerte que muere matando.

Una vida desnuda y fría,

con el vientre negro que se deja follar

y que cuando

excreta su orgasmo atronador

sisea una nana eterna. Tétrica. Estúpida.

Esa muerte sin telón ni espejo,

esa muerte espiritual

que cabe en una sola palabra

aún por inventar y por lo tanto

intangible

como la muerte misma, supurante,

febril, VIVA.

Viva ceniza de un recuerdo que mata

porque se niega a morir,

porque se niega a ser archivado

en la palabra muerte

o en una palabra aun por inventar.

Ceniza de una palabra de llama azul

de mechero,

o de esperma

que mata mientras huye.

Esa muerte de ceniza de Quevedo,

esa muerte,

azul,

de mi memoria.

Todavía ardiendo

de tan muerta.

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