Los huecos rellenos de plomo
hondean abrazos de níquel.
Las margaritas fluorescentes florecieron
en tu pubis como ranas acrobáticas
que buscan el consuelo de un dios
vestido de seda.
Todos amábamos el desastre que desataba mientras
se sentaba con su minifalda azul.
Todos éramos esclavos de la hidra
desmesurada, de su labio inferior
tiritando.
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