sábado, 10 de abril de 2010

Se ha escapado
la serenidad por el balcón,
los cañonazos amenazan
posguerra sin besos,
los abrazos rezuman melancolía
y yo no tengo dinero bastante
como para comprarme una guitarra
o un bote de jabón
y hacer pompas
de
plomo triste.
Han caducado mis expectativas
de rutina y cariño
de sobre
y el suavizante ya no me
perfuma el corazón lo suficiente,
he pernoctado en una nube
de la aurora
contemplando como se desvanece
mi utopía de luz roja.
He derramado manantiales
que dibujaban zigzagueantes
pupilas de musa infantil
y de pelo recogido,
he fracasado en la guerra
contra la psicología inversa
del humor y el sarcasmo
que dicen que me caracteriza.
He pasado la mayor parte de mi vida
deshojando margaritas
que siempre agonizaban un no taciturno,
he quemado demasiadas amapolas
como para que el rojo no me rehuya
en la ruleta,
me he gastado el ajuar de mis bodas
con princesas de arrabal
apostando al dos,
pero siempre sale el uno, negro
y los crupieres me escupen
y me sacan a patadas del casino
y me condenan a la misma nimiedad
que al comienzo,
yo, en el suelo, observando palidecer
a la noche,
sombreando papales en los que pende la poesía,
como el perro de un bagabundo
que solo lleva agujeros en el bolsillo
izquierdo de la camisa...

He perdido todas las musas
que he desnudado en el papel,
principalmente por ser una caricatura
de un borracho aburrido y barrigón,
también por esconderme en
los alambres que me prometían
espinas finas, asequibles
comparadas con la soledad que me
susurra.
Besé a la muerte al otro lado de una ventana
una tarde de primavera,
me ungió las mejillas
y me dio la espada del que sabe
que no merece la pena
morirse de viejo
o no morirse nunca...

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