Todos los poetas
cometen negligencias
con el bisturí
de la madrugada,
por eso su tinta
anhela el perdón
de algún Dios
que vomita desde
el atrio del parnaso,
-redimirse-
regurgitar los alfileres
del desamor.
Todos los poetas
tiritan cuando
vuelven de los pubis
de sus musas
y se ven, ateridos,
abandonados a su tinta,
en su abandono
onírico de la poesía,
cuando se acaba
el papel
o la saliva.
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